mayo 15, 2011

Maternidad

Por: Pedro De Mendonca 

Hoy, cuando me dices: “Feliz día, mamá”, con tu carita de estúpida, de perra agazapada, siento odio por ti y hasta por tu maldito nombre. Imbécil fui por no haberme cuidado cuando tuve sexo con el pendejo de tu papá. Mi madre tenía razón cuando decía que un condón sale más barato que soportar criar a una sabandija, a una cuerva, que te sacará los ojos cuando crezca. Más pendeja fui por no haberte botado en un inodoro, cuando ni siquiera habías cuajado en vida, palurda.

 ¿Por qué me dices mamá, desgraciada? ¿No te has dado cuenta que te odio, que te detesto y que hasta asco me has dado siempre? Lo único que puedo sentir por ti, maldita hija, es repugnancia y vergüenza. Ver tu rostro desfigurado sólo me trae a la mente la cara del cabrón de tu padre. Es que los dos siempre fueron mierda de la misma alcantarilla. A la Virgen Santísima, que sí fue madre, le doy gracias por haberme dado fuerzas para haberlo matado. Sólo espero que hoy se esté refundiendo en los más profundos infiernos y que te esté guardando un gran sitial, como una gran perra que eres, allá en los quintos pailones de Satanás.

No conforme con haberme robado mi juventud, mi lozanía, vienes y te fijas en mi hombre. En ese, en el que vi la esperanza de hacer mi amor. El verdadero amor, el cual nunca tuve con la poca cosa y mala cama de tu padre. ¡Claro! Pero es que la niñita santa, que no rompe ni una taza de café, se tenía que casar con el mismísimo alcalde, mi hombre, el mejor partido de la ciudad.

Por eso, hoy más que nunca te maldigo, zorra. Todo me lo has quitado. Todo. Y sólo me queda llorar en estas cuatro paredes mi fracaso existencial, del cual tú y sólo tú eres la maldita culpable. ¡Maldita, maldita! Sólo espero que estas lágrimas de odio y de sed de sangre tuya que hoy derramo, me den fuerzas para seguir viva y ver cómo se te viene la vida abajo. Porque las locas y las ventajistas como tú, nunca van a ninguna parte.

Hoy, vienes y me miras con tu maldita cara de lástima y sé que hasta de satisfacción, porque me ves sentada en esta maldita silla de ruedas, en la que estoy, por haberte salvado del accidente aquel en la Calle Viuda Negra. ¡Claro! De eso ni debes de acordarte, porque ni siquiera te importa. Lo único que te interesa es hacer tu vida, mientras yo quedo abandonada aquí, en este cuartucho lleno del olor de tu asqueroso progenitor y de otros amarguísimos recuerdos, con una ira de la cual jamás tendrás idea.

¿Qué crees, perra? ¿Que por el sólo hecho de haberte parido soy tu madre? Muy bien dicen por ahí que madre no es la que pare sino la que cría. Desgraciadamente, yo hice las dos cosas, lo sé. Pero la maternidad no es un acto biológico ni de crianza o cómo quieras llamarlo. Ser madre, estúpida, es sentirse como tal: querer dar la vida por la cría de una y sentirse triste cuando está triste, llorar cuando llora y hasta reírse cuando está feliz. Y, obviamente, eso nunca pasó en nuestra maldita relación de “familia”.

Te execro de mi sangre. No me busque el próximo año, ya no quiero saber de ti. ¡Piérdete a la mierda! Haz de cuenta que estoy muerta. Y cuando estés con tu destino subyugado, como así lo auguro con toda certeza, no regreses llorando a decirme mamá esto o mamá lo otro, porque sólo me reiré de satisfacción en tu butírica cara.

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