agosto 07, 2011

Rigor Mortis

Por: Rosmarbis Pérez

Tras presenciar un temblor epiléptico, inhaló fuertemente su cigarrillo,  el humo escapó por su nariz lentamente, hasta que sus labios carmesí se abrieron y dejaron escapar aquel espectro de formas indefinidas.
Largas piernas, tersas y firmes, se acercaron a él sin vacilar, sus manos de dedos finos acariciaron su cabeza que yacía inmóvil en la mesa, que por mucho tiempo había sido testigo de las más ardientes penetraciones, y de los besos más dulces. Lo tomó de los brazos y como pudo, con toda la brutal adrenalina que estremeció su cuerpo, y que se apoderó de ella, lo acomodó sobre la mesa quitando violentamente la vajilla, que vino en las cajas de regalo hace 3 años.
Deslizó lentamente sus manos por cada botón, despojando de sus prendas a aquel cuerpo fornido, esbelto, bronceado y lampiño, intoxicado letalmente con el arsénico que lo dotó de un rigor, que en otros momentos fue digno de admirar, y ladrón de muchos deseos atados en otras piernas que no eran las de ella.
Sin previo aviso, su corazón imitó el galope salvaje de un corcel en libertad. Ella con la mirada fija en los ojos sin rumbo de aquel hombre, se deshizo del vestido purpura que cubría los firmes pechos, que aun conservaban su terciopelo de durazno. La  piel se le erizó por el frío roce de su cuerpo con la muerte, que ya era dueña de ese hombre, a quien nunca dejó de amar y desear intensamente.
Se dispuso a danzar sobre aquel, como lo exigió el ritmo indeciso de su éxtasis. Danzó con pasión, fuerza, y con el deseo, que engañaba la tristeza que escondía, tras cada gemido que salía de su boca húmeda. Una lágrima furtiva rodó por su rostro y marcó el final de su respiración acelerada, de sus gemidos y de sus movimientos, que en otros tiempos extrajeron de él la vida minúscula de sus fluidos.
Inertemente, se lazó sobre el cuerpo ciánico, le incrustó un beso tibio en la mejilla gélida, y sin más llanto que esa lágrima sin permiso, levantó su peso, envolvió nuevamente su cuerpo en el purpura sedoso, y se incorporó al mundo con un rostro inexpresivo.
Se tomó la libertad de arreglar cada detalle del lugar, y sobre todo cada detalle de él. Devolvió el pudor al cuerpo de quien ya no tenía pulso para sentir vergüenza. Ella encendió un cigarrillo y se sirvió un trago de coñac, aunque odiaba su sabor, disfrutó aquel momento por él. Fue su última prueba de amor. Apagó el cigarrillo y con el último espectro de humo aún en su garganta, escribió: “Gracias, te amo como siempre y como nunca… Adiós”.
Sin mirar atrás, tomo su abrigo y mientras marcaba el paso firme en la alfombra cerro la puerta.

2 comentarios:

Danisha dijo...

Excelente rosmi! sigue asi ^^ <3

Hector Antolinez dijo...

Intenso, ardiente, pecador. Me like this.